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  • Hna. Esperanza Calabuig

    “Desde que me pidieron que diera hoy testimonio de mi experiencia de Iglesia junto a don Enrique, ha sido para mí una oportunidad como de rezar, porque pensar en la vida acerca de don Enrique es pensar mucho en la presencia de Dios, en la vida de uno, por lo menos en mi vida, que es además un desafío- y no creo que sea la única- que todavía no asumo.

    “Creo que vivir cerca de una persona que ha sido Santa y creo que no uso mal la palabra si digo que ha sido revolucionaria, en el más profundo sentido de la palabra, es un desafío también para nosotros. Hay santos y revolucionarios pero por separados, pero que se dé junto –y ése es el desafío- de poder dar pasos como los dio él y como nos impulsó a darlos desde Jesucristo para cambiar el mundo, cambiar esta sociedad.

    “Yo llegué a la Zona hace casi ocho años, y hace cuatro años llegué a la Vicaría Zonal a la oficina a encargarme de la Pastoral Juvenil. Primero me costó la Zona. Venía de otra parte y hacía poco que había llegado de Europa y uno se encontraba con una Iglesia como extraña, una Iglesia que se metía en tantas cosas que aparentemente no le competían; entonces había que ir aprendiendo, ir mirando, ir escuchando y de repente al que elaboraba esa teología donde enmarcaba toda la acción, nos daba la posibilidad a los agentes pastorales de comprender muchas cosas desde el mismo evangelio y al ver cómo rezaba las cosas nos convencía de todo. Por lo menos eso ha sido mi proceso. Una de las cosas que como sentido de Iglesia a mí más me gustaba de don Enrique, que más me admiraba y más me hacia aprender era verlo en sus visitas a las comunidades. A nosotros en la comunidad de la Herminda de la Victoria nos tocó la visita pastoral a finales del año 81, pocos meses antes de él morir y fue durante quince días en que él venía en las noches, conversaba con los grupos y después pasaba a la casa a tomarse una taza de té. Los dos momentos eran  muy importantes, y ahí yo veía el sentido de Iglesia que tenía don Enrique, todas las cosas que se han dicho esta noche. El redefinía la Iglesia viendo cómo la vivía la gente e iluminando con el Evangelio la acción de las personas. Entonces cómo escuchaba, cómo llamaba a las personas por su nombre, cómo admiraba la misma creatividad de la gente para su vivir de Iglesia.

    “Y cómo integraba la liturgia en la vida era una forma nueva de decir lo que era la liturgia, lo que era la comunidad, lo que era la Iglesia, no estaban definidos. El pueblo y el pueblo de los pobres estaban dando identidad la Iglesia, y el que un pastor, un obispo lo asuma, fue para mí fue una lección de que realmente todos somos responsables de la Iglesia que estamos creando, de la Iglesia que estamos viviendo. Y desde ese punto de vista yo creo que don Enrique fue creativo en su manera de ser pastor, de ser padre. Una Iglesia que siempre se redefine exige un pastor que se va redefiniendo y que lo modela el pueblo, y creo que para eso hay que ser muy vulnerable y estar muy confiado en el Espíritu de Jesús que habla en el pueblo y que habla en la oración  de El. Creo que esa capacidad de sacarle el jugo a la vida le venía de todo lo que se ha dicho estos días, rezaba y rezaba a la vida.

    “Yo viví una experiencia un poco parecida a la que dijo el padre Mario, pero al revés, en esa visita pastoral larga. Como él apoyaba tanto las organizaciones populares, invitamos a todos los dirigentes de organizaciones que no eran directamente de la comunidad cristiana y en la que estaban muchos cristianos. En realidad los que estábamos allá de la comunidad asistimos a una pelea entre distintas tendencias políticas; y como era la primera vez que se juntaban estábamos así mirando cómo la gente se decía cosas. Fue muy poco lo que don Enrique pudo participar porque tampoco le dieron mucha cancha, aunque ese era el objetivo. Y al igual que dijo el padre Mario, al día siguiente cuando llegó a la oficina me dijo ‘hoy ya sé lo que ayer tenía que haber dicho’. Es verdad, para mí y yo quedé con el mismo interrogante la noche antes; pero al día siguiente yo realmente no sabía lo que debí haber dicho, pero él ya había rezado mucho y lo sabía. Tuvimos que haber hablado de la unidad porque realmente era la dispersión aquello; pero fue en esas cosas de té por la noche y en las conversaciones por la mañana en la oficina donde él iba como conversando lo que le iba dejando la vida de las personas. Y eso era muy rico para uno porque se iba para su casa después ‘tomando caldo de cabeza’- como se dice- y redescubriendo esa Iglesia nueva.

    “Y también lo que me gustaba era esa lectura de Mateo 25 en forma colectiva y estructural. Era la mayoría del pueblo la que tenía hambre, la mayoría del pueblo que no tenía casa, entonces había que responder en forma de pueblo, en forma estructural y así era como había que dar de comer al hambriento, acoger al peregrino. Entonces como Iglesia, se tenía que hacer eso. Como Iglesia había que hacer de buen samaritano, como Iglesia hacía lo que estaba haciendo Jesús. Decirlo parece hueco, pero al verlo vivir yo creo que es lo que nos evangelizaba a nosotros.

    “En ese sentido yo me di cuenta que eso de asumir la causa de los pobres era tan de Jesucristo, tan profundamente desde el amor de Cristo por el más marginado que le hacía dar esos pasos tan audaces que lo ponían en conflicto con los poderes constituidos y a veces con mucha parte de la Iglesia. Quizá eso fue una de las cosas que a mí me impresionó de don Enrique el verlo cómo sufría. El sufrimiento de don Enrique a mí me llegaba hondo, porque yo lo veía triste por esta acción con los pobres, ese defender su causa. A él no le importaba que lo pelara ‘El Mercurio’ o ‘La Tercera’. El sufría cuando en sectores de la zona decían cosas hasta ahí. Había sectores de la Iglesia que se notaba que no lo apoyaban. Entonces en ese sentido creo que a veces don Enrique sentía esa soledad de la que se hablaba ayer aquí y se le veía triste y a veces triste por la Comunión. También cuando él tuvo que hacer cosas por la Comunión con la jerarquía, por la Comunión con el resto de la Iglesia; y sus opciones las hacía con sufrimiento y las hacía desde Jesús. Y eso era una evangelización –no cabe duda- para los que estábamos alrededor.

    “La otra cosa que nos impactó mucho es en ese asumir la causa de los pobres, y trabajar por la liberación, entender la evangelización liberadora desde ese punto de vista de que el Evangelio tiene una fuerza, una originalidad adentro que es eficaz en la liberación de los pueblos. Y de eso quería convencer a la juventud, nos convencía a todos, nos convencía a nosotros. A mí desde luego como que me convenció. El ponerlo en marcha es más difícil. Decía que no necesitábamos una fuerza foránea. La fuerza del Evangelio renueva los corazones, renueva las estructuras, y desde ese punto de vista es donde yo notaba que don Enrique concebía la Iglesia misionera como –nunca lo sentí proselitista - una cosa penetrante; es un  poco en el sentido de la Evangelii Nuntiandi, que penetraba las estructuras, que penetraba los corazones y los iba cambiado.

    “Había dos cosas que lo ponen nervioso en la reflexión de sus visitas pastorales, una era cuando el evangelio se encerraba adentro de una capilla, de un grupo y no se le daba todo el dinamismo de toda esa transformación, y la pregunta a las comunidades que visitaba eran por ejemplo, la de una comunidad juvenil, ¿cuántos están en el Liceo o en una Escuela Industrial? Ellos levantaban el dedo. ¿Qué hacen en el Liceo? Estudiar, ir a clases. ¿Qué más? Y él quería llegar y llegaba a que los jóvenes le dijeran que se metían en sus organizaciones de estudiantes, trabajaban por sus compañeros, se organizaban. Entonces tenía la inquietud que el cristiano es la levadura, y en ese sentido a mí también me convenció del deber misionero de la Iglesia como es levadura de liberación evangélica en todo el pueblo de Dios.

    “Así hay un montón de cosas de las que don Enrique tenía una vivencia tan profunda y tan profunda desde Jesús, que iba modelando un sentido de Iglesia, que si lo comparamos con el sentido tradicional fue realmente revolucionario. Y en ese sentido a mí me gustaba que cuando tratábamos de dar pasos chiquititos en la zona para que nos fuéramos comprometiendo él tenía siempre una palabra ‘adelante, nunca cautela’. Y eso para sus colaboradores creo que era una fuerza única para seguir trabajando aunque nos equivocáramos.

    “La segunda cosa que lo preocupaba y que de repente lo ponía triste, era que en tantos gestos de amor solidario que tenían los cristianos, a él le defraudaba que nos calláramos el nombre de Jesús. Cuando se tenía una rica expresión  solidaria, cómo no decir Jesús es el que te trae la buena noticia, si tú eres cristiano. Entonces realmente tenía la pasión por el Señor y nos lo contagiaba. Yo quiero dar gracias a Dios y a las personas que nos ayudaron a participar esos años en la Zona Oeste, y deseo que recen para que cumplamos ese  desafío.”    

     

     

 
 
     
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Don Enrique Alvear