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  • Padre Mario Garfias

    “Yo en primer lugar quiero agradecer a Ronaldo su testimonio. Algunos de los hechos o experiencias que me tocó vivir con don Enrique, gracias a Dios son coherentes con lo que él ha dicho de don Enrique, porque don Enrique era coherente con toda su vida; en lo que decía y en lo trataba de hacer.

    “¿Por qué me atrevo a dar este testimonio?, por haber vivido cercanamente con don Enrique; hubo un tiempo en que nos tocó compartir una responsabilidad global aunque con tareas distintas don Enrique, Jorge Hourton y el que habla en el Seminario de Santiago por varios años; después la alegría – esa alegría que le causaba nostalgia en la introducción a Ronaldo- de haber podido vivir físicamente juntos con don Enrique en la Parroquia San Luis Beltrán, lugar que él eligió para su residencia mientras fue vicario de la Zona Oeste de Santiago.

    “Algunas líneas de lo que a mí me parece que eran características de don Enrique, que son solamente pinceladas gruesas en la línea de un testimonio; perdonen si en algunas cosas repita ideas dichas por Ronaldo.

    “En primer lugar, un muy claro sentido de una Iglesia viva y no estática. Me acuerdo como anécdota en este sentido, que muchas veces cuando íbamos juntos a algunas tareas comunes de la Zona Oeste interesaba ahorrar tiempo, para que decir cuando nos tocaba ir más lejos juntos, entonces trataba de buscar caminos más cortos, dado que los tiempos no eran muchos y entonces él siempre manejando la broma me decía ‘no importa’ –pero don Enrique esto es contra el tránsito- pero no importa si hay que buscar caminos nuevos’. Y efectivamente, y me parece que en eso hay un cierto símbolo, de que a veces realmente en esa búsqueda de caminos nuevos nos tocaron algunos trechos contra el tránsito. Era uno de los pocos delitos que le he conocido a don Enrique.

    “Segunda cosa; por lo mismo anterior, don Enrique amaba la Iglesia como una construcción permanente en la que él estaba personalmente comprometido, una Iglesia en construcción permanente y no como un todo ya hecho históricamente definitivo. Sería cosa de confrontar su evangelización solidaria, sus formas de catequesis, sus celebraciones litúrgicas donde asumía la vida de las personas y comunidades, y las situaciones humanas presentes en los grupos y personas que hacían esa celebración de su fe. A este respecto yo recuerdo el gozo, y en eso puedo ser testigo de una afirmación que decía Ronaldo, el gozo sensible, eufórico, que don Enrique le aportó, y le significó la Evangelii  Nuntiandi. Recuerdo una  vez que me tocó entrar a su pieza en un momento en que estaba iniciando la lectura del documento que a él por ser obispo le llegaba en los primeros textos que nosotros podíamos agarrar después, pero por vivir con él teníamos el privilegio de tenerlos de primera mano, y recuerdo que me tocó entrar a su pieza en un momento en que él estaba introduciéndose en la lectura  de la Evangelii Nuntiandi y realmente expresaba un gozo enorme, y me decía ‘esto es realmente lo que viene al callo, es realmente...’’como diríamos en un lenguaje que no era el de él, aquí está la papa del asunto.

    Realmente para él fue un gozo y diría de una manera especial, el capítulo II Sobre la Evangelii Nuntiandi, sobre el cual él hizo bastantes trabajos. No sé si Ronaldo se encontró con algunos de ellos, pero especialmente el capítulo en que habla del proceso de la evangelización que tiene por objeto la transformación de la humanidad en el sentido del hombre nuevo y que va desde el testimonio pasando por la palabra explícita, la conversión del corazón, la adhesión a la comunidad cristiana, la celebración de la fe a través de los sacramentos –de la Eucaristía especialmente-  y la muestra de la culminación de esa conversión por un proceso que entregue el testimonio apostólico y en un círculo infinito, justamente este proceso de evangelización, de manera que el  evangelizado se convierta en evangelizador, y que a su vez esa tarea de ser evangelizador evangeliza al sujeto mismo de la acción. Esto es un  tema que me tocó escucharlo, y diría gozarlo con él. Quisiera dar un testimonio en ese sentido, y quien quiera encontrarse con don Enrique diría yo y con perdón de Pablo VI, su Santidad que evidentemente es el autor, en unión con todos los obispos de la Iglesia que asistieron al Sínodo que preparó eso, pero diría que salvado este respeto quien quiera encontrarse con don Enrique sería bueno que se diera una lecturita en ese capítulo II de la Evangelii Nuntiandi.

    “En primer lugar amaba la Iglesia que sabe escuchar y no sólo se limita a dictar cátedra. Esto no significó de ninguna manera en él un desprecio por la doctrina. Ya recalcaba Ronaldo que don Enrique es también un teólogo en un estilo pastoral, de teología pastoral; como testimonio que él apreciaba la doctrina y quería una lucidez y buscaba una lucidez  en ese sentido, es que muchos de los que lo hemos conocido de cerca recordarán  que don Enrique siempre andaba agarrando ideítas, ‘A ver que ideítas tienes tú’ y se sentaba a escuchar las ideítas que uno pudiera aportarle y después él las multiplicaba en progresión geométrica; pero eso de las ideítas era bastante típico incluso en su vocabulario, pero denotaba algo más, toda una actitud de escucha y de búsqueda. Y este afán lo llevaba a conocer y a aprender de los acontecimientos para discernir en su oración la voluntad de Dios escondida en ellos y haciendo ponerse en obediencia al Señor en su quehacer pastoral. Para él toda la fe cristiana era un ir aprendiendo, hay un trabajo de él acerca de cómo Jesús aprendió a ser hijo, que por lo demás es una idea de San Pablo –suponiendo que la carta a los hebreos sea de San Pablo. El texto de los hebreos sobre que el hijo aprendió por sus padecimientos la obediencia. Ese texto a don Enrique le dio muchas luces, y él hablaba de un aprendizaje aplicado a muchas cosas, hablaba de aprender a ser sacerdote, de aprender a ser Obispo, incluso los testimonios suyos en su agonía eran de un aprendizaje. Sobre todo yo podría dar un testimonio que me tocó verlo muy de cerca. Mencionaba Rolando cómo asumía don Enrique los conflictos; le tocó presidir una liturgia importante me parece –y en eso no estoy bien seguro- acerca del tema de los detenidos-desaparecidos, y ojalá fuera sólo el tema sino que la situación de los detenidos-desaparecidos en Lourdes. Yo notaba los días anteriores a la fecha que don Enrique como que experimentaba una cierta incomodidad. El conocía las tensiones, las cuotas ideológicas entremezcladas, pero era bastante lúcido para ver lo que estaba ahí presente, pero él quería ser pastor, quería dar justamente el sentido evangélico de esa experiencia, de la presencia de Dios en eso, pero como que no terminaba de descubrir la palabra adecuada. Recuerdo uno de sus gestos de gozo cuando salíamos en la mañana después de hacer su largo período de oración, y me acuerdo que me dijo con bastante alegría y ya superando la desazón de los días anteriores. ‘Sabes, ya he visto claro qué es lo que tengo que decir esta tarde’. Y eso ciertamente lo había discernido en la oración de la mañana y se ve que la oración  era la culminación de un proceso en que le venía dando vueltas con el Señor desde hacía rato.

    “Así fue profundizando en el sentido de la Iglesia como sacramento universal de salvación, como madre servidora de todos, pero especialmente de los más pobres y marginados. Concibiendo la conversión humana inevitablemente desde esta perspectiva, de que  arranca desde otros factores su ligazón sustancial entre Solidaridad y Evangelización. Por algo se le ha conocido y llamado el Obispo de los pobres.

    “Amaba la Iglesia que no rehuye el conflicto y los riesgos, por fidelidad a su misión. Después de haber sido apedreado en Pudahuel –y tengo el honor de haberlo acompañado en ese instante- a su regreso de Río Bamba, de Ecuador, nos comentó que él veía cada vez más claro que el Señor le estaba preguntando acaso estaba dispuesto a compartir la Cruz con él. Esto lo asumió explícitamente al recibir la Extremaunción.

    “Entre los recuerdos gratos, finales, que tengo de don Enrique fue una tarde de sábado a fines de marzo cuando todavía no teníamos   - y él tampoco- la conciencia de la gravedad definitiva de su salud y me contó que había recibido la extremaunción que un sacerdote se la había recomendado y en su estilo de bromas ‘adivina quién me la recomendó, etc.’ Y se  detuvo a hacerme la mejor teología que he escuchado del Sacramento de la extremaunción, expresado desde la experiencia personal del que la recibe, en este caso de un pastor teólogo que recibe la extremaunción. Y me decía ‘desde ahora en adelante comparto oficialmente, en nombre de la Iglesia, con la Iglesia, los padecimientos, las tribulaciones de Cristo en favor de la Iglesia’. En esta misma línea se sentía responsable de la Iglesia, se trataba de compartir las tribulaciones de Cristo en favor de  la Iglesia. Su participación y ante su preparación y en seguida la difusión de su experiencia de Puebla son significativas en esta actitud. Como supo la razón de su esperanza fue sensible para anhelar una Iglesia que manifestara la trascendencia de Dios. Le dejaban gusto a poco los análisis que no descubrían según el sentir de la Evangelii Nuntiandi las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. Quizás esto fue lo que lo llevó a decir cinco días antes de su muerte ‘esto tiene mucho sentido’”.

     

 
 
     
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Don Enrique Alvear