Documento sin título
   
 
 
  • Padre Oscar Jiménez

    Voy a tratar de darles un testimonio que transmita un poco esa vivencia de los que tuvimos el privilegio de compartir con Don Enrique de cerca.

    Pero, antes de dar el testimonio quisiera dar gracias a Dios, pero muy sinceramente, por haberlo conocido, por haber compartido con él. Digo que quiero antes de dar el testimonio, dar gracias al Señor muy sinceramente por haber tenido el privilegio de haber compartido con él todo el tiempo que él fue Vicario de la Zona Oeste. Porque la verdad  es que se había producido en él una síntesis, tan integradora de lo Humano y de lo Divino, y Cristo estaba impregnado de tal forma en su vida, su actuar, su palabra, su pensamiento, que en realidad es bastante difícil poder transmitir..., pero lo voy a hacer, voy a hacer el esfuerzo.

    Quiero dar gracias porque en realidad el haber podido convivir con él y percibir lo que les estoy diciendo, lo que les estoy tratando de transmitir, es una vivencia muy única.

    Me  tocó  muchas  veces  concelebrar con  él,  pero recuerdo  particularmente  dos,  dos  Eucaristías, aquellas  que se hicieron  en la  Iglesia  de Santiago Apóstol, me parece que en 1977,  con ocasión de  una  Liturgia  Eucarística en  que  se pidió  por  los Detenidos-Desaparecidos. De esa Eucaristía hay una fotografía donde en el Altar se colocaron velas que significaban cada uno de los seres queridos desaparecidos. Recuerdo esa Eucaristía como también otra en Lourdes (no me acuerdo con qué ocasión), en que había una gran cantidad de gente y allí sentí –digamos- percibí algo respecto de lo que se está tratando hoy que me impactó mucho. Es decir, cómo Don Enrique era capaz de unir tan realmente ese Cristo vivo que está acompañándonos a nosotros en cada momento de nuestra vida y el Cristo de la Fe. Y digo esto, porque cada vez que revivo esos momentos compartidos con él en que asumía todo eso descrito aquí  ‘’como el dolor de Cristo en los pobres’’, al asumirlo lo incorporaba en ese momento Eucarístico, en que Cristo es ofrecido sacramentalmente al Padre, de tal manera, que se producía una fuerza de Dios allí presente, tan sobrecogedora que en realidad uno se estremecía. Eso es lo que sentía y sentía a Cristo realmente allí, era una cosa tremenda en realidad. En esa oportunidad particularmente porque era un momento bastante difícil, la situación de los Detenidos-Desaparecidos toda- vía era una cosa muy difícil de plantearla de manera pública, no estaba en la conciencia, yo creo ni de Chile, mucho menos de los cristianos, como un problema que afectaba a la Fe. Y me recuerdo cómo Don Enrique tomó, asumió  todo ese testimonio que fueron entregando las madres, los parientes de cada una de las personas, que era una cosa desgarradora, para hacerlos –digamos- fuerza de vida y ofrecerlos con signos de esperanzas.

    En la segunda Eucaristía que estoy haciendo relación, que fue aquella de Lourdes, también me llamó mucho la atención de ese diálogo que Don Enrique realizaba en las Eucaristías con su pueblo. Recogiendo de ese pueblo toda esa vida  en la cual Dios realiza su misterio de Salvación y donde el pueblo se expresa a partir de eso, con toda esa rica vivencia de espíritu que trabaja en medio de su pueblo, y quiere expresarse. Realmente  era extraordinario como era capaz de recoger todo eso porque sabía que allí estaba esa presencia hermana de Jesús en medio de los hombres. Y me recuerdo ese diálogo, que nunca he visto yo en mi vida, que estableció con la Basílica llena. Yo realmente nunca lo olvidaré porque fue un diálogo, es decir, comenzó a conversar con la gente, a hacerles preguntas a la gente y ésta a responderle. Entonces, como les digo, no sé si les he transmitido algo, pero me he forzado por contarles lo que para mí fue lo más impresionante en Don Enrique. Es decir, esa percepción, esa intimidad que él tuvo con Cristo, pero ese Cristo era un Cristo que le hablaba a partir de todas las situaciones y era capaz de, recogiéndolo, poder expresarlo. Por eso, les decía, que doy gracias al Señor porque estoy cierto de que si Don Enrique no es santo, no sé qué serán los santos y creo haber compartido realmente con un santo, que fue capaz, digamos más bien dicho, que pudo, que logró ser dócil a esa presencia del espíritu y logró imprimir todos esos rasgos de Cristo en él, que eran perceptibles por todos, por todos nosotros.

     

     

 
 
     
Documento sin título
 
Don Enrique Alvear