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  • Margot Lira

    “De la plenitud de Cristo, que estaba profundamente enraizada en el corazón y alma de don Enrique, hemos recibido gracia tras gracia del Señor. Lo conocí hace varios años, después de haber sido agraciada con una beca en Lumen-Vitae. Venía llena de entusiasmo y deseaba que la Revista Catequesis se fuera renovando. Con este fin llevaba algunos artículos para ser publicados; allí se me dijo que había un recado para mí de monseñor Alvear. La primera y segunda vez me resistí a ir a hablar con el señor Vicario del Arzobispado, de la revista ‘Sed Catequista’; yo no sé si por temor o por vergüenza, pero por tercera vez el director de la oficina nacional de Catequesis, sin decirme nada habló por teléfono con él diciéndole que yo estaba allí. No tuve más remedio que ir al Arzobispado a entrevistarme con el señor Vicario. Quedé emocionada con su acogida, por su sencillez, por su espiritualidad, y por el interés que demostró en los estudios que había realizado. Salí de allí con un libro en mis manos para que yo fuera penetrando más y más  en la historia de la salvación y comprendiera el papel que desempeñaba en la Iglesia.

    “En realidad, toda persona que se acercaba a don Enrique vaciaba en ella su corazón de pastor y su intimidad con el Padre. Años mas tarde, el cardenal lo nombraba asesor de nuestro naciente Instituto Secular y, desde entonces, podemos decir lo que Mateo nos expresa en el Cap. 10, Versículo 8: Dad gratuitamente lo que de gracia habéis recibido. 

    “Cuando se alojaba en nuestra casa de la Avda. Brasil se levantaba muy de mañana, iba a la capilla y ahí se sumergía en una prolongada oración. Antes de celebrar la Eucaristía, que era alrededor de la 8.30 o 9.00 hora de la mañana, nos invitaba a la alabanza divina. Otras veces tomaba las Epístolas o Evangelios del día, o comentaba en un diálogo sincero y abierto que nos hacía experimentar la presencia del espíritu para construir el cuerpo de Cristo. El quería que nuestra oración se inspirara en la Biblia, que le diéramos prioridad a la palabra de Dios, una oración desde la vida, con todos sus interrogantes, en las situaciones ordinarias o extraordinarias de la historia que nos toca vivir, para así ir descubriendo la presencia de Dios. Una oración libre y espontánea, una oración comprometida con el mundo que queremos evangelizar.

    “No comprendía una actividad apostólica sin oración. Por eso decía en Cristo la oración y misión están unidas.

    “Su pasión por la sagrada escritura en la que cada día descubría alguna novedad, no quedaba encerrada en su alma, sino que la comunicaba con ardor y espontaneidad.

    “Recuerdo que un día hojeaba y hojeaba su Biblia; en el desayuno algo le insinué y me contestó en las lecturas del día hay trozos pequeños y cortos de la Sagrada Escritura, por eso esos trozos nosotros tenemos que completarlos, leyendo lo que falta de un día para otro, para así penetrar en el año toda la Biblia.

    “En realidad la manejaba con destreza y bebía allí todo el contenido que entregaba. Nos llevó a amar a la Iglesia con verdadera pasión, tuvimos la suerte de tener la primacía de los estudios de los documentos de la Iglesia. Ronaldo Muñoz nos entregó sus ‘ideítas’ en la espléndida recopilación de ellos. Sin embargo, quisiera confirmar lo que se ha dicho de Evangelii Nuntiandi. En varias ocasiones él la estudió con nosotros, pero su frenesí llegó a la cumbre cuando un día me dijo, después de haber tenido con él varias reflexiones, no transcriba la cinta anterior porque aún encuentro otras ‘ ideítas’.

    “Su amor a la Santísima Virgen era tema que nunca quedaba agotado. El explicaba los hechos de la historia, los signos de los tiempos con las fuerzas del Evangelio, con su fe profunda porque veía, en todo ello, la presencia de Cristo y su espíritu. ¡Su amor por los pobres! El vivía la pobreza, era pobre de espíritu, porque lo que recibía del Señor lo entregaba. Era pobre materialmente, y muchas veces lo palpamos en sus actos mismos. También quiero expresar que fue asesor de los institutos seculares en Chile, tomó su cargo con entusiasmo y veía en ellos un camino muy especial en medio del mundo; ‘la transformación desde dentro’. Esta última frase le gustaba mucho, desde dentro mismo. Veía en ellos el porvenir de la Iglesia.

    “Tanto en su enfermedad, en San José de Maipo, como la que lo llevó a vivir su Pascua con el Señor, dio ejemplo de las más preclaras virtudes. Mucho más quisiera decir, porque a todos nos ha dejado mucho. Quisiera terminar con sus mismas palabras que nos dejó en una de sus instrucciones: si estás enfermo en la cama y no puedes moverte, tienes que ser misionero en tu cama, soportando la enfermedad y la cruz, y también si puedes dar testimonio con la palabra.”  

     

     

 
 
     
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Don Enrique Alvear