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  • Padre Alfonso Baeza, Vicario Pastoral Obrera

    “Don Enrique era y es un Santo alegre. Son pocos los cristianos  alegres. Hoy, más que nunca, en este tiempo en que vivimos, y más todavía en la misión que hemos asumido, para ser alegres se necesita tener mucha fe en el Señor y mucho gozo de servir al Señor sirviendo a los hombres, sirviendo a los más pobres. Si don Enrique algo comunicaba era esa alegría, aún en los momentos más difíciles, aún en los momentos en que a veces teníamos que enfrentar juntos problemas delicados, y que a uno le dan mucho temor, temor de equivocarse. El tenía algo que le daba a uno la fuerza para seguirlo y se sentía alegría de estar junto a él.

    “Por eso es que una de las cosas que le pido al Señor es que pueda ser alegre, y comunicar alegría, porque servir a Dios y servir a los hombres de esa manera tiene que ser una alegría. Aunque de repente andemos con la cara más larga que un día lunes.

    “Otro rasgo que a mí me parece, y que es malo que yo lo diga, es que él hacía crecer. Porque don Enrique siempre le preguntaba a uno y buscando ese designio liberador del Padre, era un hombre infatigable por buscar, siempre preguntaba y a uno lo ponía en apuros. ¿Qué pasa con el mundo sindical? ¿Qué van a hacer los trabajadores? ¿Y que te parece a ti la relación entre los pobladores y los trabajadores, y los sindicales? Y uno se veía en apuros porque no lo preguntaba por curiosidad, sino por saber y porque eso después uno lo veía reflejado en la acción de él, en la vida y en la tarea pastoral que realizaba.

    “Por lo tanto, nos ayudaba a discernir y nos ayudaba a reflexionar. También nos hacía crecer cuando nos compartía sus preocupaciones, porque él también nos comunicaba sus angustias, nos comunicábamos mutuamente las angustias que teníamos sobre nuestra inseguridad muchas veces en lo que hacíamos y en lo que teníamos que hacer para poder ser más fieles a esta misión y a la opción preferencial por los pobres. Y en ese compartir uno se sentía acompañado. Recuerdo que recién asumido como Vicario, en octubre del año 78, se tomaron medidas extremas para el movimiento sindical. Primero vino disolución de siete federaciones sindicales y se dictó el famoso decreto en que se prohíbe hablar a cualquier trabajador en nombre de los trabajadores. Después en pocos días hubo que elegir dirigentes sindicales sin candidatos, sin posibilidad de comunicación. Tuvimos que dar dos conferencias de prensa y, de repente, don Enrique, por casualidad, llegó a la Vicaría y alguien lo incorporó a la conferencia que estaba dando yo. Cuando lo veo al lado sentí una alegría tan grande, porque él entró activo, para dar argumentos mucho mejores que los míos. Ya sea sobre el modelo económico, sobre que se estaba destruyendo el derecho de los sindicatos, etc. Y a la segunda conferencia él mismo se ofreció para estar presente.

    “En estos días, que he tratado de meditar sobre este testimonio, lo he sentido más cerca que nunca. Y cuando en año pasado fue el asesinato de Tucapel Jiménez, don  Enrique estaba predicando un retiro en La Serena y apenas me vio en la Catedral me dijo, chico, me vine volando porque teníamos que estar aquí juntos. Y uno muchas veces trata de no ir o tiene un motivo para evitar esas cosas, porque son siempre medias complicadas. Pero don Enrique no, don Enrique estaba ahí al lado. Eso no lo hace alguien porque sí, o porque sea muy encachado, sino porque realmente el espíritu del Señor está en él.

    “Lo último que quisiera destacar es que él creía en las personas, él cree en las personas  y en las organizaciones populares; en el movimiento de los trabajadores. Por eso muchas veces las personas lo tildaban de ingenuo, pero yo no creo que fuera tal. ¡Nada! Era bastante pillo, se daba cuenta de todo y le interesaba mucho saber las cosas que habían detrás de cada cosa, de cada organización, de cada acto al que lo invitaban, o de cada corriente que había. Porque él creía y veía algo que es tan importante en la vida de todos nosotros, que es creer en la presencia del Señor resucitado y en el espíritu del Señor en medio de nosotros.

    “Podemos equivocarnos, sobre todo en el campo de la Pastoral Obrera, en la opción por los pobres, nos podemos equivocar mucho, porque somos nuevos en esto. Pero creo que es preferible que nos equivoquemos a que tengamos miedo y a que nos tiremos para atrás. Y don Enrique siempre corrió ese riesgo porque él creía en las personas, creía en las organizaciones populares, creía que el Señor Liberador estaba actuando a través del clamor de los pobres, que se expresa organizadamente en los comités de vivienda, en los sindicatos, es todas las organizaciones que él alentó. Por esto hoy recuerdan tanto a don Enrique esas personas y esos grupos. Yo doy gracias al Señor de poder dar este testimonio, y doy gracias al Señor de la existencia presente en la Iglesia de Santiago y de Chile, de América Latina de don Enrique, y de todo lo que nos ayuda, y nos ayudará, su reflexión para poder hacer de esta Iglesia cada vez más la Iglesia verdaderamente de los pobres.”

     

     

 
 
     
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Don Enrique Alvear