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  • Sergio Wilson, Abogado

    Yo no tuve la suerte de conocer muy temprano a Don Enrique; lo vine a conocer hacia fines del año 1977; sin embargo, puedo decir que es una persona que marca la vida de uno. Yo no sé si viene de esquemática la división que hacía  Juan para exponer el punto de vista de Don Enrique sobre la solidaridad, tiene sin embargo, algún valor, porque si bien se da conjuntamente uno que lo conoció –por lo menos en mi caso- en la etapa de los derechos, en la etapa asumida del compromiso. Así lo interpreto. Como digo, no hubo ninguna razón particular para conocernos, sino que empezamos con pequeñas ocasiones que dieron lugar de encuentro, buscando una forma más efectiva de servicio específicamente a los pobres y en esa zona a los pobladores. Un día él cortó por lo sano y me dijo: “ No hablemos más de esto, ya estamos de acuerdo, haga esto, haga usted el servicio, véngase a trabajar conmigo acá a la Zona Oeste para una cosa que era un poco vaga, defender a los pobladores más o menos organizados. Yo aprendí en esas circunstancias mucho de don Enrique y también mucho de los pobladores, porque había una comunicación muy fluida, con esas caracterís-ticas de don Enrique, ya tan remarcada aquí y tan peculiar en él, en que cada persona era tratada de un modo muy particular por él. Yo no estaba haciendo el esfuerzo por atender a alguien, sino que estaba frente a frente del otro, compenetrado con el otro. Con  gran respeto todos con él, con gran cariño que siempre suscitaba.

    Me tocó también conocerlo, ya no sólo en el aspecto dulce, dulzura que nunca perdió, sino en el conflicto, en eso que Juan comentaba, en eso de violentarse a sí mismo para asumir el conflicto. Aquí nuestro amigo Roberto Sepúlveda ya señaló un caso específico, creo que bastante señero con respecto a la labor que ha hecho en ese sentido, la obra más querida que es la Vicaría de la Solidaridad, como fue la defensa de esas 800 familias de la Nueva Matucana. Ahí no todo fue tan suave como podría pensarse, hubo que plantearse seriamente, fuertemente,  hubo que denunciar. Recuerdo perfectamente en la sala de consejo del Arzobispado cuando hubo que efectuar la denuncia ante todos los medios de comunicación los cuales no daban crédito, no podían entender de lo que se les hablaba con lo tremendo que era la violación de los derechos que se cometían con tan gran número de familias; pero él planteó eso y nosotros pudimos apoyarlo con los muchos dirigentes ahí presentes, y siempre con los protagonistas ahí presentes que cuesta muy poco decirlo, pero cuesta mucho más hacerlo, es como fácil a veces inconscientemente sustituir a los verdaderos protagonistas. Pero Don Enrique en eso no fallaba jamás, siempre ellos estaban presentes, y siempre el esfuerzo por interpretarlos. De manera que la conferencia de prensa fue con muchos actores, porque había realmente unos 20 o 30 dirigentes con sus testimonios. Fue fuerte decir todo eso. Recuerdo después de todo este recurso por establecer justicia, por ejemplo, unas largas audiencias, verdaderos comparendos a que íbamos él y yo con las autoridades regionales, con el Intendente. Eso era bastante fuerte, y era bastante fuerte porque si bien estaba defendiendo la justicia, el punto de vista que tenía toda la razón, uno a su vez no podía pasar por encima de la dignidad de otra persona por mucho que tuviera discrepancia con ella.

    Fueron muchas las ocasiones, y fue una verdadera escuela para mí, que si bien tenía esa vocación se pudo manifestar de un modo distinto, de un modo mucho más enriquecido. La disponibilidad de Don Enrique es otro factor importante, él estaba lleno de compromisos de actitudes, muy requerido, de ocasiones, tenía que fijar su agenda con muchísima anticipación, pero sin embargo, cuando se suscitaban conflictos álgidos él, no sé por qué maravillosa virtud, estaba siempre presente.

    Recuerdo un caso en que había un lanzamiento inminente en un campamento en Maipú, un campamento llamado “Liberación”, era un drama bastante fuerte porque los terrenos habían sido ocupados por los pobladores en una oportunidad y esos terrenos pertenecían a otra persona que en otro contexto, sin juzgarlo de ninguna manera, era una persona que era benefactor católico en la comuna de Maipú, la persona que había donado a la Iglesia los lugares donde estaban las principales instalaciones, desde la iglesia misma, las escuelas, etc. Y era como muy violento. Estaba en esa situación y habían muchas amenazas. Pero era una cosa como providencial, esta presencia de Don Enrique. Entonces una vez yo recibo en mi oficina un llamado de que esta vez sí que el lanzamiento va, entonces lo primero que se me ocurre fue discar hacia la Zona Oeste y antes de que empiece hay un llamado a mi oficina; era Don Enrique. Esa ubicación, esa presencia. Era una hora bastante complicada, una hora en que generalmente los sacerdotes están muy requeridos, tipo siete de la tarde. Entonces fue una cosa como de entenderse de memoria, porque “Aló, Sergio, dónde nos encontramos”. Una cosa realmente insólita. Entonces nos encontramos en una estación del Metro cerca de la Zona Oeste y partimos a esto, y realmente yo creo, sin exagerar, claro que no digo algunas cosas que formalmente yo compartí con él, podrán catalogarse de milagros, pero que sí no son milagros andan muy cerca de serlos.

    Se evitaron cosas que de otra manera no se explican, si no hay una intervención de tipo providencial como que no se explica que de repente cuando se va a ejecutar una orden brutal, y siguiendo ese mismo ejemplo, una intervención de última hora, una explicación, cuando ya está todo dispuesto para que se ejecute el lanzamiento, sean atendidas las razones y se deje sin efecto.

    Entonces esos tipos de testimonios fueron muchísimos, se pudo hacer bastante, sobre todo en el orden de que los pobladores y los pobres sintieran que tenían tras suyo un respaldo efectivo, sintieran que se respetaba su dignidad, y sintieran que ellos también tenían fuerzas.

    Don Enrique creía mucho en la organización, pero no en la organización pensándola como un instrumento defensivo, meramente de poder, sino que por el sentido que tenían para todos los participantes una solidaridad activa, una solidaridad concreta.

    Otro factor en que insistía mucho, además de la organización, era la participación, y de otro que no terminaba nunca de decirlo permanentemente era la unidad. La unidad de los pobres sobre todo, cómo no tenían que dividirse por otros motivos, cómo tenían que respetarse entre ellos, cómo tenían que luchar juntos por aquellas cosas que tenían que enfrentar en común.

    Ayer yo no pude asistir a esta jornada, porque coincidió con un acto que había y se efectuó en la Vicaría de la Solidaridad, un acto en el que participaron alrededor de 500 dirigentes de organizaciones de pobladores de todas clases, en torno a los grandes problemas que hoy siguen afligiendo a los pobladores; había organizaciones de cesantes, organizaciones de deudores de la luz, del agua, del dividendo, de organizaciones de familias de allegados, de familias sin casa, de los allegados, representantes de un grupo muy particular, de gente que esta haciendo un ahorro con un esfuerzo muy grande, que son los tipos de ahorro precooperativos. Como les digo eran personas de todas las zonas. Nosotros, evidentemente, aprovechamos la ocasión para rendirle un muy modesto y pequeño homenaje a Don Enrique, pero sobre lo que quiero llamar la atención es que todos se detenían realmente a rendir  su recuerdo y su homenaje a Don Enrique. Y esto no es solamente un slogan de decir que es el Obispo de los pobres, que ellos también lo llaman el Obispo de los pobladores, entonces lo sienten como suyo, lo sienten como muy actuante, muy presente, lo sienten como una fuerza, un apoyo, un estímulo.

    Traigo aquí una especie de primicia: Una pobladora que es muy famosa y que es muy virtuosa, que tiene mucha cultura, tiene mucho don de poesía rindió su homenaje particular a Don Enrique y en mi oficina, y prácticamente la vi cuando estaba improvisando esto, y después lo pulió un poco, y se hizo acompañar por un guitarreo, y creó este poema que me eché al bolsillo, para que no sean sólo mis palabras sino que las palabras de un poblador, las que reflejen lo que ellos sentían y sienten por Don Enrique.

    Ella se llama doña Griselda Núñez, conocida cono la Batucana.

    “Saludos, para todos los presentes
    un cogollito de almendro
    porque aquí seguramente está lo mejor
    de nuestro pueblo, a don Enrique Alvear
    el Obispo de los pobres.
    Enrique Alvear fue su nombre,
    y en su paso por la Tierra su enseñanza
    fue tan buena, no la olvidarán  los pobres.
    En el dolor fue un hombre que con Cristo
    que enmanó, por los humildes peligró su vida,
    preciosa joya.
    Hoy ruega desde la gloria por los que ama y amó.
    Un 29 de enero don Enrique Alvear nació,
    su vida la consagró al Sagrado Evangelio
    quiso en la Tierra el cielo, en pan,
    justicia y libertad la familia su integridad,
    la digna vivienda o techo reclamó como derecho
    conductor de la unidad.
    En abril 82 fue llamado con urgencia
    a la Santa Residencia que por vida mereció,
    eso paso conquistó por lo justo y solidario,
    acuso a los mercenarios, y a los pobres defendió,
    al poblador su mano dio sin temores al calvario.
    Hoy se unen pobladores... en Vicaría,
    su palabra es la guía de los esfuerzos mayores,
    aplicando sus razones entendidas claramente 
     apoya a sus dirigentes en forma incondicional
    como don Enrique Alvear les dijo de cuerpo presente.
    Abril y algunas virtudes con mi letra agradecida,
    por las familias unidas en todas las latitudes,
    sus letras y actitudes van con el pueblo sufrido,
    por eso no me despido al final de estos renglones,
    cogollos raíces, botones
    don Enrique nos ve unidos.”  

     

 
 
     
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Don Enrique Alvear