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Eucaristía
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En cada Eucaristía, Cristo nos hace su Cuerpo (cfr. 1Cor 10,17) para continuar realmente su entrega al Padre a través de nuestro servicio evangelizador.
Y nosotros ¿Creemos honrar al Padre dándole tan sólo unos momentos en la Misa sin identificarnos con la entrega total de Jesucristo?
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Cristo construye el reinado de Dios en este mundo liberándonos de todo pecado: personal y social: de toda esclavitud individual y colectiva; y en cada Eucaristía celebramos el paso liberador de Cristo, fiel colaborador del Padre, siempre activo en nuestra historia, a pesar de nuestro pecado.
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Al partir el pan consagrado en cada Eucaristía queremos actualizar, hoy el mismo gesto de Jesucristo en la Última Cena.
Allí partió el Pan consagrado y lo compartió… tomen y coman, es mi Cuerpo… para que ustedes hagan lo mismo que Yo: compartan su vida y todo lo suyo con sus hermanos, preferencialmente con los que carecen de lo más necesario… sean como Yo ¡pan comido!
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Cristo se une a nosotros en la Eucaristía para transformarnos en el “enviado” (el misionero) que no debe separar jamás el servicio de Dios y el Servicio del hombre.
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La Eucaristía nos compromete a vivir del Dios de Jesucristo, el Dios verdadero. Siempre unidos a Cristo, el cual con nosotros construye la Iglesia que Él necesita para glorificar y servir a Dios en este mundo. La Iglesia que con Él busca tocar el corazón de los hombres, convirtiéndolos, a fin de construir una sociedad de hombres en comunión fraterna, en la cual nadie se sienta excluido y cada uno encuentre su justo lugar.
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La Eucaristía no es una simple “práctica religiosa que puede permitirnos continuar el mismo camino de siempre.
Es la celebración del Misterio Pascual, el paso de muerte a vida de Jesús que nos compromete a detectar dónde se hace presente la muerte, el pecado, tanto en la vida privada como la vida pública y a colaborar activamente con Cristo para hacer triunfar la Vida allí donde aparezcan señales de muerte.
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