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Carta del Obispo a su presbiterio

Carta al presbiterio de San Felipe, al regreso de una enfermedad, donde les da a conocer sobre su pensamiento en la vida de Iglesia.

 

+ ENRIQUE ALVEAR U.
Obispo Zona San Felipe
16.04.1969

 

Queridos hermanos: 

Al reincorporarme a mi tarea de Pastor, quiero dirigir mi afectuoso saludo a todos mis hermanos sacerdotes y aprovecho esta oportunidad para agradecerles y decirles que sentí el afecto de todos durante mi enfermedad, expresado en sus cartas, visitas, oraciones junto con sus feligreses y otras delicadas muestras de amistad.

He tenido mucho tiempo para meditar y ahora siento la necesitad de manifestarles todo mi pensamiento sobre la vida de la Iglesia y la espiritualidad sacerdotal, como una colaboración a la búsqueda común.

Tema:

Quisiera en estas líneas, de acuerdo con lo dicho anteriormente, ofrecer mi aporte pastoral para comprender mejor el lugar del hombre en el pensamiento de Dios, a fin de aclarar el servicio que la Iglesia , y dentro de Ella el presbiterio, debe prestar al hombre actual para ayudarle a encontrar su auténtica grandeza.

Nosotros no tenemos necesidad de elaborar una “teoría” sobre el hombre.  Nos basta simplemente dirigir una mirada de fe a Cristo, y a Cristo Resucitado, para saber lo que el hombre está llamado a ser.

Mirando a Cristo, descubrimos en Él una triple dimensión que nos explica su plenitud humana, y que a nosotros, sacerdotes, nos iluminará para realizar nuestra personalidad de hombres escogidos para continuar el Ministerio Apostólico y para formar a nuestros cristianos.

Triple dimensión en Cristo

Primera

Hay en Cristo una primera  dimensión que llamaremos vertical: es su profunda dependencia del Padre;

Segunda

Una segunda dimensión que llamaremos horizontal: es su relación de solidaridad con toda la humanidad y con cada hombre.

Tercera

Y una tercera dimensión relación de señorío sobre toda la creación: hombres, Historia, seres irracionales y todo el mundo material.

 

1. Dimensión vertical: Adán, cediendo a la tentación, quiso ser autónomo, o sea, capaz de decidir por si mismo lo bueno y lo malo.

Cristo, en cambio, desde el primer momento de su existencia humana, declaró su total dependencia de Dios: “… Me has formado un cuerpo… He aquí que vengo… a hacer, oh Dios, tu Voluntad” (Cfr. Hebr. 10,5-7).

Expresó su amor al Padre, viviendo en la perfecta obediencia: “Hago siempre lo que le agrada”.

A Adán le pesó esta obediencia.  Pensó –empleando un término actual- que lo “alienaba” y por eso, pretendió independizarse de Él y hacerse el dios de sí mismo.

Cristo, en lugar de “alienación”, encuentra en la obediencia a su Padre toda su grandeza humana.

Durante su vida terrestre el Padre le señala una misión de tal altura que, al cumplirla perfectamente hasta la muerte de cruz, manifiesta una grandeza humana que nadie puede igualar: “En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez uno se atrevería a morir”… pero “Cristo murió por los impíos (Cfr. Rom. 5,6-7), es decir, por toda la humanidad pecadora enemistada con Él.

La obediencia en Cristo es una sumisión libre, impregnada de amor.  Esto lo lleva a un constante olvido de sí, es decir, a una “superación” de sí mismo, para dar cada día nuevos pasos hacia la cruz, en forma que progresivamente va descubriendo el amor que se ocultaba en su alma.

Adán vivió en una maravillosa paz interior mientras se mantuvo fiel a Dios.  La perdió a pensar y sentir una doble conciencia: búsqueda de Dios y búsqueda de sí mismo.  Si Dios dejó de ser el centro absoluto de su vida, perdió la fuente y la fuerza de unidad interior.  Quedó entregado al influjo variado de sus pasiones y de los seres ajenos a él.  Su conciencia seguía mostrándole el ideal divino, pero no era capaz de sustraerse al atractivo de sus propias apetencias.  Esa lucha interior, son triunfos y derrotas, fue la señal permanente de la pérdida de su equilibrio interior.  Percibió  desde el primer momento que, dando la espalda a Dios, introducía en lo íntimo de su ser el pecado, causante de una constante desarmonía interior.

Cristo vive siempre en su centro, en Dios.  Lo único que le atrae, como atrae gustar el alimento, es agradarlo a Él.  Esto lo lleva a afrontar las situaciones más difíciles con una perfecta serenidad en lo profundo de su alma. Y esto le permite mantenerse siempre en la misma línea de conducta, sin la más pequeña claudicación: “¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador?” (Jn 8,46).

En la agonía del Huerto, es el hombre que ante la tempestad que experimenta en su parte sensitiva, se apoya en la filial obediencia a su Padre para serenarse y continuar su camino de heroísmo.

Es el hombre totalmente poseído por Dios por la participación de la personalidad divina (unión hipostática).

Esta presencia de Dios en su humanidad no limita, no cohíbe la potencialidad de su naturaleza humana.  Es perfecto hombre porque es perfecto Dios.

El Hijo posee una Humanidad apta para expresar lo divino a través de todos sus gestos humanos, “Todo lo hace bien”.  Esto nos manifiesta la elevación de su perfección humana para que fuera permanente destello de la inteligencia, de la sabiduría, del poder y del amor del Padre: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn. 14,8).  Es el Sacramento del Padre.

O sea, la presencia de Dios en un hombre, nunca disminuirá su personalidad.  Vendrá siempre al hombre a despertar sus valores y llevarlo a su pleno desarrollo, conforme a la imagen de Cristo “Primero en todo”. (Col. 1,18).

El culto que Jesús tributa al Padre, en señal de entrega  y sumisión, es su propia vida: Lo glorifica en la tierra, llevando a cabo la obra que le encomendó realizar (Cfr. Jn 17,4).  Se consagra a sí mismo, es decir, se ofrece en sacrificio para que queden consagrados lo que creen en Él (Cfr. id. v, 19).

Es el nuevo culto, la nueva liturgia que consistirá fundamentalmente en la ofrenda de toda la vida humana, unida por el Espíritu al Sacrificio de Cristo para hacer del hombre total y de todos los hombres, la gran liturgia de adoración al Padre. Es la liturgia realizada en el tiempo, que prepara la liturgia definitiva del Reino consumado en la última venida de Cristo.

2. Dimensión horizontal: Si un hombre está verdaderamente unido a Dios, se sentirá unido a todos los hombres, como el Padre se siente unido en su Amor a todos sus hijos.

Adán, ante del pecado sentía esa unión, marcada con el sello de la solidaridad con toda la humanidad que de él nacería.

Al pecar, dejó de hablar en “nosotros”. Desolidarizó de su mujer.  La acusó a Dios, en lugar de asumir su responsabilidad junto a ella.

La Biblia expresó en una luminosa imagen la transformación del hombre caído.  Es la historia de Caín y Abel, en que el hombre va no mira al hombre como su hermano y se convierte en homicida.

Cristo viene de parte del Padre a salvar al hombre, no al hombre individual, aislado, sino a la humanidad entera.  Por eso, sin ser pecador, toma una “carne semejante a la del pecado” (Rom 8,3), se hace pecado (Cfr. 2 Cor. 5,21), y así, el Padre puede condenar el pecado (Rom 8,3), de toda la humanidad, en la carne de uno solo que se ha hecho solidario con ella desde la Encarnación.

El misterio de la obediencia de Cristo encierra la aceptación de esta misteriosa solidaridad con el hombre pecador.

Si ya era algo grande la solidaridad de Adán con los demás hombres, comprendemos que en Cristo se realiza la perfecta solidaridad con una raíz y una expresión de mucha mayor profundidad que la de aquél.

La solidaridad en Cristo es el misterio de Dios que se hace hombre para poder apropiarse el pecado del mundo y hacerle partícipe, a su vez, de su riqueza divina, a través de la Humanidad asumida.

Y esta solidaridad tiene su máxima expresión en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, “Quien fue entregado por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación” (Rom 5,25).

Esta solidaridad no es solo con un grupo de hombres, en el tiempo o en el espacio.  Tiene una dimensión universal, sello de todo lo divino.  No es, tampoco, solidaridad con ciertos aspectos de la vida humana.  El asume toda la vida humana, y por eso, “es probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado”, (Hebreos 4,15) único mal absoluto, del cual viene a liberarnos.

Él quiere que su solidaridad con los hombres se exprese en un signo vivo: Su Iglesia.  Establece dentro de ella una perfecta comunicación de bienes: “si un miembro es honrado, todos los demás toman parte de su gozo”.  En ella, asimismo, el mal de uno afecta a todos: “Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él” (I Cor. 12,26).

Esta solidaridad interior de la Comunidad Eclesial debe expresarse en signos y actitudes fácilmente perceptibles por todos.

La solidaridad de Cristo con todos los hombres debe también expresarse a través de su Iglesia de manera que pueda decirse de Ella que “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”.  Por esta razón el Concilio Vaticano II declaró que la Iglesia “se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia”. (GS 1).  Esta solidaridad, como la anterior, debe también traducirse en acciones bien definidas.

La Iglesia debe, pues, continuar viviendo el mismo misterio de solidaridad de su Cabeza y es la señal y el medio por el cual Cristo invita a todos los hombres a vivir esta solidaridad:  “Es el sacramento de la unidad de todo el género humano”. (Cfr. LG 1)

3) Relación de señorío sobre toda la creación:

La dimensión vertical acentúa la dependencia filial de Jesús su Padre;

la dimensión horizontal, la vinculación fraternal de amor, con toda la humanidad.

Esta tercera dimensión de “señorío”, manifiesta el “poder” de Cristo Resucitado sobre toda la creación: “Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de Santidad, por su Resurrección de entre los muertos” (Rom. 1,4).  Este poder somete a Él todo lo existente, porque “todo fue creado por Él y para Él” (Col. 1,16), y “bajo sus pies sometió todas las cosas, y la constituyó Cabeza suprema de toda la Iglesia”. (Efes. 1,22).

Sin Él “no se hizo nada de cuando existe” (Jn. 1, 3).  Es un poder al servicio del hombre y de toda la creación, como Él lo manifestó al decir que Él no venía a ser servicio sino a servir.  Es el Hijo a quien, en recompensa de su obediencia filial, Dios lo exalta y le da un Nombre superior a todo nombre (Cfr. Fil.2,8-9).  Ahora, resucitado, puede servirnos mejor que antes.

Muchos temen hablar de “poder” en la vida de la Iglesia, porque, por varios motivos históricos, se ha formado una imagen poco fiel al Evangelio sobre el poder y su ejercicio. (La que el Concilio ha querido restaurar).

Cristo, sin poder superior a todo poder, poco o nada podría servirnos.

No limitamos su poder al solo ámbito de las Comunidades Cristianas.  Su mayor servicio es ser el Señor de la Historia para guiarla “suáviter et fórtiter” hacia su meta final en su segunda venida.

El Misterio de la Iglesia es el misterio de la presencia poderosa de Cristo en una comunidad de hombres pecadores a través de los cuales habla, enseña e ilumina los acontecimientos y actúa con fuerza (Cfr. Col. 1,29).

La Iglesia es el organismo divino y humano cuya misión es enseñar a los hombres a vivir en este mundo con el amor que Cristo trae del Padre para preparar el advenimiento del Reino de Dios, en que Dios será todo en todo. (I Cor. 15,28).

No puede separarse Cristo de su Iglesia.

Cristo e Iglesia constituyen una unidad indestructible conforma la clara enseñanza de Pablo: “Pues, del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. (I Cor 12,12).

La misión de Cristo es impulsar el crecimiento y desarrollo del mundo en la unidad del amor, de la justicia y de la paz, es la misión que Él mismo continúa animando misteriosamente presente en su Cuerpo que es la Iglesia.

Su poder transformador para realizar progresivamente, a través de la historia, “el hombre nuevo”, imagen suya, “actúa en nosotros” (Ef. 3,20).

Es un poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar. (id).

Esa “fuerza poderosa” (Ef. 1,19) pide una condición de parte nuestra par que actúe e impulse la conversión y transformación de los hombres: “la fe que actúa por la caridad” (Gal. 5,6): “El que crea en mí hará él también las obras que yo hago, y haré mayores aún”. (Jn. 14,22).

Cristo dirige la “nueva creación” con su Presencia que lo llena todo (Cfr. Ef. 4,10).  Así va sometiéndola a su dominio y al Servicio de todos los hombres.

Es la réplica al pecado del primer Adán que trajo consigo una maldición sobre la tierra para que produjera “espinas y abrojos” (Gen. 3,18).

Cristo viene a liberarnos de esa maldición.

A la Iglesia, cuerpo de Cristo, le corresponde colaborar con su Cabeza para que continúe realizándose esa sujeción en forma que toda la naturaleza esté al cérvico de todos los hombres.

Triple dimensión y unidad: La triple dimensión de Cristo, que acabo de explicar, está marcada con el sello divino de la unidad: Cristo obedece al Padre y asume una carne que lo hace de la misma naturaleza que el hombre pecador y solidario con él.  Al morir por todos, todos mueren en Él. (Cfr. 2 Cor. 5,14).  Y al resucitar con Él, nos hacemos “la nueva creación”, (I Cor. 5,17) por obra de su Espíritu que debe extender su nuevo dinamismo creador a todo para renovarlo todo.

Cualquiera de estas tres dimensiones que quitemos a Cristo lo hace irreconocible.

La fe nos muestra en Él la perfecta realización del hombre.

La Iglesia, signo de Cristo

La Iglesia debe mantener en su ser y en su acción esa triple dimensión para que sea el sacramento de Cristo:  “Signo e instrumento de la unión íntima con dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1).  No solo la Iglesia universal bajo la suprema dirección del Romano Pontífice.  También cada Iglesia particular bajo la dirección del Obispo.

De aquí deducimos un criterio para juzgar sobre el valor sacramental de Iglesia de cada Parroquia y Comunidad cristiana.

Puede haber tres tipos de Parroquia o Comunidad cristiana con el rasgo dominante que se indica:

1. Comunidades en que se subraya la dimensión vertical:  Se acentúa la Catequesis y el culto sacramental y aún así habría que ir más a fondo; un gran número de estas Parroquias, al acentuar la catequesis, se quedan con la Catequesis infantil de Primera Comunión y de Confirmación y esto, con un equipo más o menos rudimentario de catequistas, muchas veces.  O al acentuar el culto sacramental: se trata de un culto con poca participación de laicos y con escasa formación litúrgica de los católicos que asisten normalmente a las ceremonias.

En este tipo de parroquias no hay preocupación misionera.  Predomina el anhelo de conservar más o menos cuidadosamente lo que se tiene.

La solidaridad es del pastor con un pequeño grupo de ovejas fieles.  Falta el rasgo de universalidad.

Tampoco se revela inquietud por colaborar con sus cristianos en los cambios estructurales actuales de la ciudad o en el campo muy especialmente.

Este tipo de Parroquia condena a la Iglesia a irse reduciendo progresivamente a un grupo de católicos sin peso en la comunidad humana.

en este caso, muchos cambio socio-económicos seguirán haciéndose sin el aporte de la Iglesia y somos responsable de ello.

2. Predominio de la dimensión horizontal: Se acentúa el compromiso con los hombres.  Aquí, frecuentemente, aparece más marcado el aspecto liberación de injusticias sociales y desarrollo económico del hombre y muy en la penumbra la libración del pecado y el llamado a la conversión.

Se subraya un aspecto de la teología de la salvación –liberación de injusticias y opresiones- pero se ocultan demasiado los aspectos más profundos de la teología de la salvación que son base firme para logra otros objetivos.  En otras palabras, pareciera que el rasgo evangélico primordial fuera instaurar la justicia en las relaciones humanas y con olvido de otros valores evangélicos: (Por ej: la fe, la esperanza y la unidad en el amor).

Es verdad que el problema que más afecta a los hombres es su liberación socio-económica y por el cual debe interesarse y comprometerse la Iglesia claramente.  En este sentido van todos los grandes documentos del Magisterio y en especial el Congreso de Medellín del año pasado con respecto a nuestro continente americano.

A mi juicio, el error es que ese problema absorba de tal modo al sacerdote y a su comunidad que se descuide la construcción o renovación profunda de la Comunidad Eclesial, o que se tenga una concepción del desarrollo limitado al progreso socio-económico y no orientada al desarrollo de todo el hombre.

Creo que en nuestra Diócesis, ninguna Parroquia peca en este aspecto…

3. Predominio de las técnicas humanas: Dando a la Iglesia el rostro de un poder económico preocupado de promover el progreso con organismos propios muy bien financiados y técnicamente organizados y que realmente significan compromisos políticos.

Este rostro de Iglesia obscurece ante los hombres a su espíritu evangélico.

La Iglesia tiene una función subsidiaria del Estado o de otro tipo de organismos.  Si en otro tiempo fue necesario que se ocupara directamente de ciertas funciones temporales, hoy día esta función está muy reducida.

Parece más conforme a su espíritu que forme a los cristianos como hombres capaces de colaborar activamente en todos los organismos destinados a promover el bien temporal y el desarrollo de los pueblos.

Hay parroquias que han descuidado casi totalmente esta dimensión creadora del cristiano y solo lo han dejado más o menos en la primera dimensión.

El Concilio nos dice claramente que “el cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo;  falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación”. (GS 43).

¿Son muchas o pocas las Parroquias que olvidan formar a sus fieles en esta dirección?

Síntesis:

Una auténtica comunidad cristiana, para que manifieste fielmente el rostro de Cristo, debe combinar, como Él mismo:

a) Su filial y amorosa obediencia que la lleve a un constante crecimiento interior y exterior, alimentada por una constante catequesis en todas las edades y expresada en una liturgia que sea “cumbre y fuente” de toda su vida cristiana.

FALTA A ESTAS CONDICIONES: el Decanato o la Parroquia que continúe centrado en la formación de niños o que hace una liturgia sin laicos o no mejora su equipo de catequesis, según los planes diocesanos;

b) Su solidaridad fraternal: Con todos los hombres con todos los grupos e Instituciones: Juntas de Vecinos, Centros de Madres, Clubes, Instituciones culturales o sociales, Sindicatos, Asentamientos campesinos, etc.  – Y con todos sus justos intereses humanos: familiares, educativos, deportivos, económicos, culturales, etc.

Falta a esta solidaridad: El Decanato o la Parroquia encerrado en sí mismo que ni siquiera siente la solidaridad con todas las parroquias de la Diócesis de San Felipe y que, en este punto, no va más allá de declaraciones verbales.  Faltan, asimismo, Decanatos y Parroquias que no buscan la manera de internarse en al comunidad humana a la cual pertenecen;

c) Su preocupación por el progreso de toda la comunidad humana, despertando en sus feligreses la responsabilidad de colaborar en una u otra institución a favor del desarrollo de la región.

Falta a este tercer aspecto: El Decanato o la Parroquia que ignore los planes oficiales para el progreso de su zona, y nada hacer para apoyarlos, sanearlos, mejorarlos o criticarlos en sentido positivo a través de sus cristianos incorporados.  (Como fácilmente se comprende, se trata de que la institución eclesial forme cristianos capaces de una actuación temporal basada en el Evangelio.

El Sacerdote

No se pudo aclarar el papel del sacerdote, sin haber aclarado antes el papel de la Iglesia en el mundo a la luz del MISTERIO  de Cristo.  Es lo que ha tratado de hacer en las páginas anteriores.

Toda la Iglesia, toda la comunidad cristiana universal y particular debe reflejar la triple vinculación de Cristo con su Padre, con los hombres y con toda la creación como un solo todo.  Pertenece a todos y a cada uno, en su forma peculiar.

¿Qué es lo específico del sacerdote?

Ante todo, digamos que el orden sacerdotal es el Obispo con su presbiterio (incluido los diáconos).

En la persona del Obispo, a quien asisten los Presbiterios el Señor Jesucristo, Pontífice Supremo, está presente en medio de los fieles. (Cfr. LG 21).

El Obispo, de modo visible y eminente, hace las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúa en lugar suyo. (LG 41).

Los Presbíteros también ejercen el oficio de Cristo, Cabeza y Pastor, según su parte de autoridad. (Presb. Ord. Nº 6).

¿Qué significa todo esto?

Significa que en la Iglesia hay un ministerio a quien corresponde ser el sacramento de Cristo Cabeza, Maestro, Pastor y Pontífice.

El rito sacramental que nos constituye sacerdotes no es lo principal.

Lo principal somos nosotros, constituidos en el vivo sacramento del Orden en virtud de ese acto sacramental.

Nosotros, nuestra persona, apareció distinta ante la comunidad cristiana al ser consagrados mediante ese rito sacramental.

¿Por qué?

Porque allí quedamos unidos con el Orden Episcopal y comenzamos a participar de la autoridad con que Cristo mismo edifica, santifica y gobierna su cuerpo y así pudimos obrar como en persona de Cristo Cabeza.  (cfr. Presb. Ord. Nº 2).

Aquí tiene su fundamento el espiritualidad sacerdotal.

No es, en primer lugar, una espiritualidad de “prácticas”, de cosas que hacer u omitir.

La espiritualidad sacerdotal se identifica con el estilo de vida que permita expresar con toda claridad, que somos “Ministros de Dios”, “Embajadores de Cristo” en misión permanente y no en ciertas horas del día o de la semana, o solo en ciertas actitudes de la vida y no en todas.

Aquí encuentra su plena aplicación lo que dije antes sobre la triple dimensión de Cristo, expresión de toda su grandeza.  Al que es su embajador, su ministro o servidor, su “cooperador” (Cfr. 2 Cor. 5,20; 6, 1-4) no se le puede permitir que lo sea, como en el orden temporal, tan solo por un decreto que lo designa y lo compromete en parte de su vida con aquél que sirve.

Si toda la Iglesia debe expresar esa triple dimensión de Cristo, al que es su más directo cooperador, y por eso llamado a un contacto más personal, más profundo con los hombres, compete hacer sentir Su Presencia de una manera vivísima, permanente y en forma muy particular.  Es lo que el Apóstol Pablo sentía al decir: “Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo”.  Y es lo que con otras palabras aconsejaba el Apóstol Pedro a los presbíteros: “Apacentad la grey de Dios que os está encomendada… siendo modelos de la grey” (I Pedro 5,2-3).

No se nos diga:

  • Usted parece celebrar la Misa solo por deber y no por fe y amor personal al Señor…
  • Usted atiende solo a las personas que vienen a Ud. y no demuestra una viva caridad que lo lleve a ir en busca de los que nunca se le acercaron espontáneamente…
  • Usted va hacia muchos, pero en su encuentro con los hombres, cuesta descubrir un corazón de auténtico pastor…

La auténtica imagen del ministro de cristo:

1.  Dimensión vertical:   Cristo en el Evangelio y a través del Magisterio de su Iglesia, p.e; Var. II, Cong. Medellín, Orient. Past. del Episc. Chil.), nos propone y nos llama a un ideal personal y pastoral muy elevado y sobre las fuerzas puramente humanas.

Ante este llamado, ¿cómo reacciona un sacerdote?

Puede adoptar diversas actitudes:

  • Se convierte en un hombre con buen sentido práctico que ha perdido el genuino espíritu de obediencia cristiana.  Ésta es una respuesta de fe y de amor a un llamado del Señor que de tiempo en tiempo nos invita con fuerza a algo más grande lo que estamos haciendo por el bien de la Iglesia y su servicio al mundo.

          
Se refugia en su pequeño mundo: esto es lo que yo ye hecho siempre; no me pidan más.

  • Hace esfuerzos esporádicos, en el campo de su vida personal o de su vida pastoral.  No busca la ayuda de sus hermanos (sacerdotes, laicos, religiosas), para profundizar en sus avances y continuarlos.  Se contenta con esfuerzos muy desproporcionados con la grandeza de lo que Cristo y la Iglesia le pide.
  • Se siente contento con lo que hace en su soledad sacerdotal.  Soledad que no se opone al hecho de asistir a reuniones en las cuales no participa de corazón.  No está dispuesto al llamado del Evangelio, reiterado por el Concilio, de trabajar en comunidad sacerdotal sincera, de alma, con todo el presbiterio.
  • A Dios gracias, existen los que viven esta obediencia filial con verdadera entrega de sí mismos.

 

No reduzcamos la obediencia cristiana y la sumisión íntima y total a Dios, con un programa de vida sacerdotal en que ciertamente hay oración y acción, pero sin estar dispuesto a entender la obediencia como un divino llamado a pasos de superación personal y colectiva cada día mayores para colaborar con Cristo en la edificación y crecimiento de su Iglesia conforme a nuestra vocación.

  1. Dimensión horizontal: Es un llamado de Cristo a hacer efectiva la caridad en una constante actitud de solidaridad con toda la Iglesia y con todos los hombres.  Observamos diversos modos de comprender y vivir esta solidaridad:
  • Puede haber sacerdotes que practican la solidaridad con el grupo de “sus amigos”, ignorando la solidaridad con todo el cuerpo sacerdotal o en sus palabras amargas o negativas para sus hermanos, o en sus actitudes de amistad no abiertas a todos.

Sería una clara señal de solidaridad sacerdotal, por ejemplo, si en el Decanato, particularmente en el de San Felipe y en el de Los Andes, todos los sacerdotes se distribuyeran fraternalmente las cargas pastorales, según los dones y capacidad de cada uno.

  • Puede haber otros que se sientan solidarios con los fieles de su parroquia o de su ambiente, sin extender esta solidaridad a todas las parroquias y ambientes de la diócesis.
  • Otros pueden existir en la Iglesia que se sientan solidarios con los laicos y muy poco con sus hermanos sacerdotes.  Aún pueden llegar a sentir una cierta vergüenza por el resto de la Iglesia.  Estos muestran desconocer el alcance de la solidaridad de Cristo.  Él no escogió las personas con quienes sería solidario.  Aceptó la solidaridad universal con todas sus consecuencias, por ej: la de aparecer en la cruz como pecador sin serlo.
  • Otros, jóvenes y mayores, pueden sentirse fácilmente solidarios con su generación.  También reducen la solidaridad y les falta el valor moral para ampliar su solidaridad humana con los que tienen otro modo de pensar y de actuar, sea en la Iglesia, sea en el mundo en general.
  • Otros sentirán una buena dosis de solidaridad con el mundo eclesiástico y poca con el mundo del trabajo, de la cultura, de los intereses temporales y con este mundo en transformación.  Se olvidan que la misión de Cristo y su Iglesia con Él, es doble: “ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo” e “impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (Apost. Act.5).
  • Por último, hay quienes la viven en toda su amplitud.

 

Toda forma de reducir la solidaridad lleva a un obscurecimiento de la persona de Cristo y a un empequeñecimiento de su misión, de por sí universal.

La Comunidad cristiana como sacramento de Cristo debe vivir plenamente la solidaridad como Él la vivió.  El mundo necesita encontrar en la Iglesia un modelo vivo y permanente de esta solidaridad, tan ausente de Él por la ausencia del Amor.

  1. Dimensión de señorío sobre toda la creación: Cristo es el Señor de todo cuanto existe.  Guía la Historia humana hacia su perfección final en su segunda venida y estimula todos los progresos del hombre para hacer un mundo más hermoso y con mayor abundancia de bienes al servicio de todo el hombre y de todos los hombres.

¿Qué actitudes puede asumir un sacerdote ante esta dimensión?

  • Vivir encerrado en su “mundo eclesiástico”.  Por ej.: continuar el catecismo de los niños, los actos del culto, la atención de la oficina parroquial y no atender con visión actual – no como se atendía un “fundo”, -los “asentamientos” de su territorio parroquial.
  • Dejar a los políticos y a los técnicos el ordenamiento del mundo por temor de “ensuciarse las manos” al tratar con ellos, con mirada cristiana, sobre problemas temporales.
  • Actuar o influir entre los hombres responsables de organismos temporales, pero con visión de hombre recto o “entendido”, más que con visión de pastor que nunca pierde de vista el objetivo final de la encarnación; testimonio del Reino que conduce a iniciar la comunidad cristiana.
  • Vivir sin haber adquirido el “señorío” sobre sí mismo a merced de su sensibilidad, imaginación, sentimientos, apetencias o pequeñas pasiones.  Aquí san Pablo nos advierte: “Hermanos, habéis sido llamado a la libertad; solo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne, (el yo no transformado por el Espíritu… Los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias”. (Gal. 13 y 24).

No podremos hacer efectiva la acción liberadora de Cristo sobre todos los hombres y sobre toda la creación, sino en la medida en que con Cristo hayamos adquirido la unidad y equilibrio interiores.

  • Darle su pleno sentido a esta dimensión.

Hoy día mucho más que los tiempos anteriores, se nos pide a los sacerdotes poseer una visión amplia y realizar una pastoral injertada en la Historia. Obrar de otra manera, es encerrar en nuestro mezquino molde humano la Persona y la acción salvadora de Cristo dirigida a toda la Historia y a todo el universo.

CONCLUSIONES: No puede haber auténtica renovación de la Iglesia, no puede haber en ella nuevas estructuras válidas y operativas sin “sacerdotes nuevos”, es decir, sacerdotes que día a día renueven el espíritu de su vocación, buscando comprender “cuál es la voluntad del Señor” (Ef. 5,17).  Esto no se consigue con una obediencia estática que es una sumisión fiel, un tanto pasiva, a la Ley escrita y al precepto claramente promulgado.  Se cumple la exhortación del Apóstol en una obediencia dinámica que, guardando todo lo valioso de la obediencia estática, va haciendo que el hombre descubra diariamente en los acontecimientos de la vida y en las orientaciones de la Iglesia, nuevos caminos y nuevas llamadas del Señor para una superación personal que haga “válida y operativa” una estructura nueva.

Sin embargo, no basta contar con “sacerdotes nuevos” en el sentido indicado.  La Iglesia diocesana necesita también tener “nuevos sacerdotes”, es decir, sangre nueva y juvenil, que haga totalmente posible realizar los grandes cambios pedidos por el Señor en el Concilio.

El Diaconado  debe ser el paso primordial en esta búsqueda renovadora del personal del clero diocesano, sin excluir otros medios de hallar candidatos al sacerdocio.

Sin “sacerdotes nuevos” y “nuevos sacerdotes” es casi imposible tener “laicos renovados” y “nuevos laicos” para constituir las nuevas comunidades cristianas como unidad básica de una pastoral renovada y activa.

Estoy convencido de que la comunidad cristiana de base será la fuente formadora de los cristianos de mañana.  Allí hará surgir el Espíritu de Dios toda suerte de vocaciones y distribuirá sus dones y carismas para el crecimiento interno de la Iglesia y su mejor servicio de caridad a toda la comunidad humana.

INVITACIÓN: Invito a todos los sacerdotes de la Diócesis (diocesanos y religiosos) a una conversación personal con su Obispo para hablar sincera y lealmente sobre nuestros comunes intereses.

En el último Consejo de Presbiterio, se acordó reemplazar la Jornada Pastoral a nivel diocesano, por Jornadas Pastorales a nivel decanal.

Esto es más realista, porque cada Decanato tendrá a la vista sus propias posibilidades pastorales y será posible conseguir una participación comprometida de los sacerdotes, religiosas y laicos del mismo Decanato; ya que estas Jornadas se realizarán en forma que pueden asistir los tres ministerios.

Características de estas Jornadas del Decanato:

    • En esta carta, he querido proponer las bases doctrinales de dichas Jornadas.

La reflexión sobre estos puntos tiene por finalidad elaborar un plan pastoral misionero, con ciertas líneas básicas que aseguren la unidad diocesana y con ciertas líneas propias del Decanato que asegura la diversificación en la unidad.

    • En esta clase de Jornadas generalmente entran en juego tres tipos de pastoral (Cfr. Pablo VI, El trabajo apostólico en Iberoamérica, 1963).
      • Pastoral conservadora que acentúa la nota de inmovilidad; mantener intactas las posiciones adquiridas sin discernir sobre lo que en ellas hay de valioso o de caduco.
      • Pastoral de perfeccionamiento de lo tradicional.  Su punto débil suele ser una falta de visión sobre lo que es susceptible de ser perfeccionado y lo que simplemente deba dejarse o ser reemplazado por algo nuevo.
      • Pastoral misionera que tiende a nuevas formas más conformes al Evangelio y a la situación actual de la vida humana.  Debe ser una pastoral dinámica que se armonice con el ritmo de las transformaciones actuales.

Su punto débil puede ser una falta de madurez en el rechazo de formas institucionales valederas en general o para algunos ambientes cristianos.

También puede ser punto débil, la impaciencia por lo nuevo sin la suficiente experimentación.

Ciertamente, este tercer tipo de pastoral es el que deseamos estudiar y realizar en la Diócesis y el que a mi modo de ver, debe prevalecer en los planes que se elaboren.

    • Un plan pastoral no comprende todo cuanto hay que hacer.  Ni propone puntos de acción como si todos tuvieran el mismo valor.  Ni traza líneas de acción sin proponerse metas a corto y a largo plazo.
  • “La Planificación impone decisiones e implica renuncias incluso a lo mejor”;
  • Es un cultivo intensivo y extensivo reducido a o esencial, que obliga a renunciar a cultivos vellos tal v´z, pero limitados o superfluos.
  • El plan pastoral debe, además, establecer claramente las metas que se buscan;
  • Fijar los criterios de selección y prioridad entre las múltiples necesidades apostólicas.
  • Tener en la debida cuenta los elementos personales también y los medios de los cuales se puede disponer.”
  • Será más concreto el plan de pastoral si se determina también en cuanto al tiempo de aplicación (metas a corto y a largo plazo);
  • y se articula en una pastoral de tipo misionero” (de la cual se habló en el II, IV 3º).
    • Prioridades diocesanas

                       Prioridades comunes a las Parroquias urbanas y rurales:

  1. Formación de las comunidades cristianas de base con proyección en la comunidad humana y sus problemas.
  1. Especial atención y formación de los laicos responsables (por ej.: Inst. Decanal de formación de laicos).
  1. Promoción del diaconado.
  1. En cada comunidad de base, equipo de catequistas formadas principalmente por mamás que, en uno o dos años plazo, serán la base para ser “mamás catequistas”.
  1. Promoción de la contribución a la Iglesia.

Prioridades especiales a la parroquia rural

Especial forma de atender los Asentamientos campesinos.

Estudiar esta proposición:

El Decanato asigna uno o dos sacerdotes que se hagan invitar a la Asamblea del Asentamiento.

Ahí se explica el interés de servirlos a todos ya los católicos con asistencia religiosa.  Se les propone elegir unos tres delegados de los católicos, indicando qué cualidades deben tener, los cuales harán de enlace con el Obispo o Párroco.  Se les formará junto con los delgados de los Asentamientos de una zona mediante Jornadas, tal como se forma actualmente a todos los dirigentes campesinos.

Puede haber varios sectores para hacer este trabajo: Sector Santa María – San Esteban; Sector Rinconada Silva – Putaendo; Sector Panquehue – Catemu y Sector Petorca.

Señalo la conveniencia de hacer algunas de estas visitas antes de realizar la Jornada.

    • Se designa una Comisión compuesta por los 4 Decanos APRA preparar estas Jornadas decanales: Deberán presentar un Plan de conjunto dentro de 20 días oyendo antes las sugerencias de quienes participarán en estas jornadas.

Perdonen esta larga carta.  Pero ella contiene todo lo que pienso y deseo conseguir junto a Uds. en nuestra Diócesis de San Felipe.

Con mis oraciones y mi fraternal saludo para todos,

 

+ Enrique Alvear U.

San Felipe, 16-IV-69

 

 

 

 
 
     
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Don Enrique Alvear