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Pobre entre los pobres

Don Enrique no era un Pastor de una Iglesia encerrada; no era un Obispo que solo cuidara las ovejas del redil. Si Dios se preocupaba de todos sus hijos e hijas sin distinción de raza o religión, él, como Obispo de la Zona Oeste, también se tenía que preocupar de toda la Zona y no solo de las personas que participaban en comunidades. Todos los que acudían a buscar su apoyo o consejo eran bien recibidos, escuchados, tenidos en cuenta y ayudados. Las asistentes sociales trataban de que no llegaran a él todos los problemas, sino resolverlos ellas antes. Pero era inútil, ¡querían ver a don Enrique, porque era su amigo!

Lo mismo ocurrió con las organizaciones que fueron surgiendo para responder a necesidades que tenían distintos grupos de personas. En la Zona y en todo Santiago se formaron comedores infantiles, bolsas de cesantes, comités sin casa. Don Enrique entendió la necesidad de estas organizaciones y la importancia que revestían para la sociedad chilena tan atomizada.

Fue así como se comenzó a hablar de que en Chile urgía rehacer el tejido social tan deshecho y maltratado por la represión. En las poblaciones comenzaba a renacer la esperanza en la medida que se unían unos con otros para buscar solución a sus problemas. Se creó como una red de solidaridad mutua que devolvió la sonrisa a los rostros. El comedor de los niños no era solamente la posibilidad de comer, sino de trabajar juntos, los pobres, en la búsqueda de recursos, cocinando alimentos y celebrando las fiestas. Las bolsas de cesantes no eran solamente refugios donde se buscaba cómo ganar algo para la subsistencia, sino que se analizaban las causas de su falta de trabajo, se interpretaban los hechos y se recuperaba la autoimagen, tan agredida por la obligada cesantía.

Los Comités sin Casa trataban de forzar las leyes para exigir el derecho a viviendo que tenían. Ahí podían entender los recursos que tiene un país y cuánto dedican a los sectores más desposeídos. Se hicieron tomas de terreno que no dejaron de ser simbólicas, porque eran expulsados inmediatamente por las fuerzas de seguridad.

Don Enrique acompañó, alentó e impulsó a muchísimas personas que creían en la fuerza de la unión y sabían dejar su individualismo para luchar con otros.

No era muy fácil participar en estas organizaciones porque levantaban sospechas de ser políticas y subversivas. Por eso necesitaban más de alero y protección de la Iglesia, la que les facilito incluso asesoría técnica y moral cuando ellas lo requerían.

Muchas comunidades cristianas entraban en conflicto porque no entendían por qué ellas tenían que apoyar y proteger esas organizaciones.  No faltó la Carta Pastoral de don Enrique, reflexionando y explicando el sentido que tenían:

“Debemos reconocer, primeramente, que aumentarán en lo sucesivo las iniciativas en bien del pueblo desde diversos sectores no eclesiales.

Eso nos exige un ministerio profético: discernir las llamadas de Dios con la luz del Evangelio, en espíritu de oración y en la comunidad eclesial. El Papa y Puebla nos iluminan sobre la dignidad del hombre y su liberación integral, tal como nos lo revela Jesucristo. Esto significa para nosotros un compromiso claramente evangélico para tomar iniciativas o asumir las de otros siempre en la línea de nuestra identidad cristiana.

Es necesario conversar sobre este tema en las comunidades cristianas para comprender mejor este servicio evangelizador y para que apoyen y participen en el diálogo con las Bolsas y otras organizaciones.

El ideal es que los miembros de las comunidades puedan participar en esas organizaciones.

No podemos contentarnos con una Pastoral puramente defensiva, a veces llena de temores.

La Pastoral de la Iglesia, si interpreta correctamente los signos y voces de nuestro tiempo, irá descubriendo, día a día, el paso liberador de Jesucristo Resucitado entre los hombres, para ir haciendo con Él y con todos los hombres de buena voluntad, la única historia que Él encamina a la liberación integral del hombre, en la plena comunión con Dios y con todos los hombres”.

Con esta profundidad y sencillez integraba don Enrique los acontecimientos humanos en la única misión de la Iglesia: construir el Reino de Dios desde ahora y aquí.

 

 
 
     
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Don Enrique Alvear