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La Pascua de don Enrique

Cuando menos se esperaba, estando el obispo en la plenitud de su ministerio en la Zona Oeste, al final del verano del 82 cayó enfermo.

Primero  tenía fiebre, pero la pasaba en pie. A principios de marzo se puso en manos de médicos: consultas, exámenes y hospitalización.  Rápidamente se supo que estaba grave.

La Iglesia de toda la zona se volcó a rezar. Una señora gemía: “Señor, si ya tienes tantos Santos en el cielo déjanos uno en la Tierra”.

Don Enrique mandó varios mensajes desde su lecho, en los cuales siempre destacó el ofrecimiento de su oración y sufrimientos por la Iglesia, la unión de sus padecimientos a los de Cristo y un inmenso agradecimiento a Dios que le hacía sentir su cariño.

Un momento importante de su enfermedad fue el sacramento de la unción de los enfermos, que recibió con gran espíritu filial.

En esos mismos días en que su vida acababa, pudimos celebrar su ministerio entre nosotros: el 21 de abril celebraba los diecinueve años de su ordenación episcopal y dio vuelta por todo Santiago un afiche con su lema episcopal El Señor me envió a evangelizar a los pobres o bien He aprendido de la zona, de los pobres, a ser Pastor.

Su muerte no desmintió su vida, sino que la confirmó. En ella se reveló una vez más como hijo confiado del Padre y solidario con la Iglesia y sus hermanos más pobres.

Moría el 29 de abril de 1982 a los sesenta y seis años, afectado de una metástasis en la médula de los huesos.

El domingo 2 de mayo de 1982 todos los que estaban en la Basílica de Lourdes tenían la misma convicción: estaban enterrando a un santo, amigo de sus amigos, y humilde pastor en medio de su pueblo. Era la Pascua de don Enrique. La Iglesia de la Zona Oeste, la Iglesia de Santiago, necesitó tenerlo tres días de cuerpo presente para hacerse la idea de que había muerto. Pero desde este momento su compromiso con los pobres y su defensa de los derechos humanos iban a adquirir toda su dimensión: fue algo del corazón de Dios lo que se hizo vida en don Enrique. Era el mismo Espíritu de Jesús quien lo animó a él y quien lo hizo trabajar incansablemente por anunciar a los pobres la buena noticia de que Dios nos quiere y está definitivamente de nuestra parte.

 

 
 
     
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Don Enrique Alvear