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Humillado como Cristo

La preocupación por la solidaridad, el interés por los que más sufrían la pobreza, el hambre o la represión, la cercanía de los más solos y abandonados de la sociedad, atrajo hacia don Enrique a aquellos que tenían una preocupación semejante, y alejaba a los que pensaban distinto; alejaba a los que quieren convencernos de que es necesario que haya pobres para mantener el equilibrio económico; a los que sostienen que los pobres lo son porque son flojos; a los que ponen el orden por encima de la libertad; a los que llaman paz al orden impuesto y seguridad a la represión.

Le confesaba a un amigo: “Yo, por carácter, soy un hombre de paz; no me gustan los conflictos, pero me siento tironeado entre mi natural carácter pacífico y mi fidelidad al Señor que me dice que como Pastor yo tengo que estar junto a las ovejas que están en mayor peligro”.

Lo empezaron a mirar mal los poderosos, los que controlaban los medios de comunicación; los gobernantes que sentían que tenía más fuerza la debilidad de un Obispo, que ellos con el poder de las armas y el dinero.

Así fue como don Enrique fue víctima de campañas de desprestigio, en los diarios, la radio o la televisión.  Aunque después de su muerte se habló mal de él en un matutino de la capital.  Y no solo fue atacado de palabra, sino también con los hechos. Fue tomado preso en Riobamba (Ecuador) cuando participaba en una reunión de obispos latinoamericanos. El Gobierno ecuatoriano decidió que era una reunión subversiva y se los llevó a un lugar de detención donde estuvieron unas cuantas horas. La noticia se divulgó ampliamente por los medios de comunicación en Chile. Cuando los obispos chilenos aterrizaron en Pudahuel, se había concentrado un grupo de gente que se encargó de insultarlos, incluso de apedrearlos. El auto de don Enrique resultó con el parabrisas roto a consecuencia de una pedrada. Las posteriores pesquisas que se hicieron dieron como resultado que entre los instigadores había miembros de los organismos de seguridad del Gobierno. También hubo grupo de cristianos que fueron a recibir a sus obispos y muchos de ellos resultaron también apaleados o presos.

Los días Primero de Mayo, fiesta de los trabajadores, siempre hacían temer que le pudiera pasar algo, ya que no se quedaba en su casa, sino que acudía a alguno de los sindicatos a participar de la celebración. En el año 1976 le pidieron que llevara un remedio a una casa cuyos moradores estaban detenidos por la policía en su mismo domicilio. Cuando llegó, él también fue arrestado durante varias horas. Al ser puesto en libertad, le siguieron y registraron su auto. En estas ocasiones sentía miedo, pero no perdía su sentido del humor.

Entre los sacerdotes, religiosas e incluso obispos, había también quienes no lo entendían o tildaban de político o de ingenuo. Quizás éste fue el motivo de mayor sufrimiento. Su actitud fue siempre de aproximación, fraternidad, diálogo y revisión de sus posturas. Jamás fue pedante ni se jactaba de tener él la verdad. Eso sí era firme en declarar las implicancias que tenía para él la opción por los pobres, y lo hacía con tal profundidad evangélica que convencía a todos de la rectitud de sus intenciones y de la claridad, sin ingenuidades, que guiaba sus acciones.

Frente a todo esto, don Enrique rezaba, reflexionaba y miraba la vida de Jesús. Llego a la conclusión de que no podía haber verdadera evangelización sin que se originara conflicto. Escribió un documento sobre este tema, donde citaba las palabras de Puebla:

El conflicto en el poder y el pueblo se traspasa a la Iglesia cuando ésta denuncia proféticamente las injusticias. Esta denuncia y sus compromisos concretos con el pobre le han traído en no pocos casos persecuciones y vejaciones de diversa índole” (Puebla 1138).

Y seguía el Obispo:

“Todo esto lo experimentamos frecuentemente en nuestra patria, en las relaciones de la Iglesia con el poder político y con los poderes económicos… La acción de la Iglesia chilena en el servicio fraterno de los pobres y oprimidos, ha provocado campañas oficiales y semioficiales de desprestigio, de hostilizamiento y de rechazo a la Iglesia.

Nos hace falta reflexionar sobre estos hechos e interpretarlos desde la palabra de Jesucristo y su praxis profética. Desde allí debemos dejarnos interpelar por el Señor para cumplir nuestra misión profética con mayor transparencia de corazón, con mayor humildad y también con mayor fortaleza, lucidez y esperanza.

De esta manera, esperamos, el conflicto nos ayudará a clarificar nuestra identidad de Iglesia para que nuestra evangelización llegue más a fondo en la búsqueda de la transformación y conversión de hombres y estructuras”.

 

 
 
     
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Don Enrique Alvear